Me desperté, notaba el suave roce de la arena con mi cuerpo, oía el romper de las olas a mis pies. Se estaba bien alli, me sentía cómodo aunque algo era diferente. ¿Dónde estaban los sonidos de los coches? ¿Dónde estaba todo aquel humo que no me permitía respirar? ¿Por qué había árboles? En mi ciudad no los había.
Me levanté de un salto sin saber muy bien dónde me encontraba.
Tuve la misma sensación que hace doce años, cuando fui el único superviviente de mi familia que sobrevivió al atroz incendio.
Después de aquello, había sido un niño solitario y todo lo que había deseado desde entonces era huir, salir de aquella cárcel. Parecía que mi sueño se había hecho realidad. ¡Me encontraba en una isla desierta!
Me di la vuelta, había un espeso bosque, que parecía decirme: «entra, Joaquín». Lo hice, me adentré en el bosque, se oía el susurrar de los árboles, el trino de los pájaros, el ulular de los búhos y el canto de los grillos, al cabo de un rato llegué a un claro desde donde pude ver a un grupo de indígenas, pensé en salir corriendo, pero era demasiado tarde, además ¿dónde iría?, no sabía nadar, así que no tuve más remedio que avanzar hacia ellos. Entonces aquellos indígenas comenzaron a arrodillarse ante mí, continué avanzando hasta que vi a dos personas que me resultaban familiares, al principio pensé que soñaba. ¡Eran mis padres!
– ¿Nos recuerdas,Joaquín?
– Claro que sí, mamá. Pero… ¿Y el incendio?- instintivamente me levanté la manga de la camiseta, para tocarme la quemadura que tenía en el brazo. En ese momento sentí un terrible pinchazo.
Al abrir los ojos estaba en el hospital. Mi madre me acariciaba el pelo mientras decía:
– ¡Qué susto nos has dado, Joaquín!